Dulce introducción al caos

En medio de ese gran nido de plumas y grava, de disfraces, danzas y cacareos eufóricos, dos bocas hambrientas se lamían por los pasillos, chocando contra columnas, paredes, puertas y personas.

Salen. En busca de algo más de oxígeno y de cielo, de evasión del mundo y puede que algo de sí mismos.

Se dejan caer y hacer. Párpados cerrados. Se tocan. Componen algo que se mezcla con el ruido, cada vez más lejano, de lo que sea que suena ahí dentro. Hace tiempo que dejó de importarles. Se enreda. Todo se detiene un rato. Pero los demonios van y vienen, afilados, sin previo aviso y, como de una bofetada, los ojos se le abren de par en par. Oscuros. Turbios y translúcidos, como muros de cristal casi negro, protegiendo una batalla interna.
La mandíbula tensa retenía todo lo que llevaba siglos acumulando y que ya no podía vomitar porque hacía tiempo que había olvidado. (Eso, y otras muchas cosas) "En qué piensas", le pregunta (aún con los dedos en su occipital) mientras le observa atentamente, como si el océano tuviera un tapón y ella lo andara buscando. Como intentando tirar del hilito que sobresale de una gran bovina de nudos imposibles. Él la mira y sonríe, por lo absurdo de la pregunta. Le gustaba el riesgo Y volar y desaparecer y temblar Hasta que vuelven los demonios y le besan la mejilla Les cubren de pinchos y de hielo
Se suben al tren Y regresan a casa

Desde entonces,

ella no piensa en otra cosa que en aprender a leerle. Aunque sea en braille
en latín
Aunque realmente le asusten esos muros Y a riesgo de desangrarse en el intento.

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Buscando cielos que ardan



Cuentan por ahí que los ángeles, un día, también fueron malos.
Que andan por las calles perdidos, borrachos, drogados
Jugando y destrozando.
Siendo egoístas porque el mundo les asquea
Alimentándose de intensidad, de adrenalina,
de cualquier sustancia o momento que les queme,
que les hiele,
que les haga sentir algo.

Estos ángeles a veces crecen
Miran al pasado
Se lamen sus propias heridas y se crean armaduras
de vacío, de indiferencia
de piel muy suave y besable
Ríen con ironía y a veces se escapan del mundo ante su propio caos interno.

Y te miran, te atraviesan y te dan mil vueltas
Te agarran por la cintura y sin hablar te cuentan mil historias interminables
Mientras respiran en tu oído y te acarician la espalda
Cierran los ojos y sonríen cuando les tocas
Sin dejar de sangrar un sólo momento.

Los ángeles a veces caen al suelo con los ojos en blanco.
Convulsionan, escupen, te muerden los dedos y se quedan dormidos.
Despiertan
Te lamen y te follan mientras tú les gimes en la boca y les arañas las alas.

Luego se ausentan mientras te abrazan.
Se visten, te besan la frente
Se marchan.

Y piensas
En las fronteras entre el cielo y el infierno
En lo inmensamente precioso y aterrador que resulta
el simple hecho
de tener alas

Y no saber qué hacer con ellas

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