La gota que colmó el caos


Y la luna casi llena. 
Y que me dicen mírala. 
Mírala. 
Y yo que sí, que la miro, 
pero déjalo 
porque es que no te estoy escuchando. 
Porque se me taponan los oídos. 
Todo lo demás es eco. 
Se me hacen puto eco las risas, 
los te quiero aliñados, 
las medias sonrisas. 
Se me hace eco lo amargo bajando por la garganta, 
lo dulce, 
lo salado. 
Lo insípido. 
Se me hacen eco las arcadas desgarradas del silencio, 
de la absoluta nada. 
La indiferencia, 
el agobio, 
el "uno recoge lo que siembra". 
El insomnio. 
Todo lo relativo. 
Se me hace eco y no sale por ninguna vía. 
Rebota, 
de lado a lado . 
Y las preguntas cada vez más mezcladas, 
los conceptos, 
las voces. 
Como un murmullo en la casa del vecino. 
Y luego es cuando vienen las puertas, los hachazos.
Borde.
Antisocial.
Parece que funciones a venazos.

No.

Funciono a intensidad, 
a verdades como puños. 
Y si me revientan y escupo sangre, 
y dientes, 
y lágrimas, 
todavía tendré fuerzas para mirar a los ojos y dar las gracias.
Si no, prefiero estar callada.
Mirando a todos y a nadie.
No te ofendas, nunca sonreí por compromiso.
Porque esta es mi torre, son mis muros. Son mis años de odisea.
Y eso es lo que creo que nunca acabarán de entender:

Que los payasos también necesitan un respiro

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Nidos de nudos


Notaba su respiración en la nuca, todavía algo acelerada. Esos casi silencios eran mis favoritos.
"Amo todas y cada una de las plumas de tus alas", me susurraba, mientras me llenaba de besos los omóplatos. "Sabes volar, y por eso te quiero"
Yo sonreía, con los ojos cerrados. No respondía más que una mezcla entre suspiro y carcajada y sólo podía pensar en lo bonitas que pueden llegar a ser las personas a veces.
"De verdad, es que me encantan"
Las acariciaba con el dorso de la mano durante horas, a penas sin parpadear. Las pellizcaba con los labios, las peinaba con los dedos.
"Ojalá fueran mías"
Y los ojos se me abrieron de golpe y la cama estaba llena de sangre. Y había plumas. Y más plumas. Estaban por todas partes. Olía a metal y a óxido y yo me largué antes de que él pudiera tragar saliva.
No lo entiendes. Estas alas nunca podrán ser tuyas. Simplemente porque son mías. No quiero palabras huecas ni letras de humo, ni grilletes de oro, ni que me regalen preciosas jaulas de hierro forjado. Quiero volar. Y estrellarme. y luego volver a volar y volver a caerme y aprender de todo. Quiero llorar porque no puedo más y luego reírme de mí misma porque soy una imbécil. Descubrir el mundo, y los mundos de las personas. Compartir y compartirme. Estar el tiempo justo que me apetezca estar y ni un minuto más.
No lo entiendes. Ni me entiendes. Claro que no. Ni podrás hacerlo nunca. Porque tú no tienes alas, y por eso quieres las mías.
Pero me meto en el mar a quitarme la sangre y me voy. A seguir buscando momentos en los que piense en lo bonita que puede llegar a ser la vida y las personas a veces.
Porque yo sí que me quiero. Aunque a veces no sepa.
Y me quiero libre. Aunque a veces pierda sangre.
Me parece un precio justo a pagar.

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Como pólvora dulce

¿Qué ocurre cuando se mezclan la armonía y el caos?


(pues)
Mírame a los ojos.

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Sinceridad de mierda

(Trago al gintónic.)

"Desi. BASTA. Estoy harta de escuchar las chorradas que sueltas auto-excusándote. Yo sé lo que necesitas, no me cuentes historias. A tu edad era igual que tú y también me infravaloraba. Lo que necesitas y debes exigirte siempre es, sí, vale, un puto loco, si es lo que te gusta. Pero con las cosas claras (que los hay). Que un día se levante, se plante a tres centímetros de tu cara y que te diga con los ojos bien abiertos que contigo todo es mejor. JODER. ¿Por qué siempre ese conformismo emocional tan pobre? ¿Por qué ese afán de ser las mamis de niños perdidos?
Sacas la balanza y si la cosa no compensa pues media vuelta, mujer. Y sin peros. PERO, PERO. Elimina ya esa palabra, que es horrible. No hace más que ponerte límites. Espabila."


Salí de allí pensando en mil mundos. Conforme fui acercándome a casa, el eco de esa simbólica hostia empezó a agitarse, y no dejó de rebotar entre mis dos huesos temporales al ritmo de mis pasos. 


Quedan 4 días. Tirito en la playa a 35 grados a la sombra. Realmente no sé qué coño hacer, si escuchar a la cabra o a la balanza. ¿Es masoquismo querer tirarse a una piscina que ves que está vacía, sólo por el hecho de saborear la intensidad del medio segundo de estar cayendo?

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Híbrida

No siempre mostrar dientes significó morder.
Acaricia mis aullidos
Bésalos
y te juro que alargaré mi luna llena
hasta que de un vuelco
acabe completamente vacía.

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El fino hilo que separa el orgullo de la lección aprendida



Tal vez haya crecido un poco
Asco de veintitrés, -me burlo, a veces-
Ocho mil cuatrocientos veinte días
Escribiendo y reescribiendo líneas y párrafos
remendándome y relamiéndome
bordándome miles de moralejas sobre la piel
que memorizo y me canto constantemente 
con una melodía que inventé, para no olvidarlas
como cuando tenía diecisiete
y creía saber algo

Corría descalza entre campos de centeno sin guardián alguno
(y si los tuve, los aparté a empujones)
me divertía saltar al vacío sin mirar abajo
una especie de intensidad suicida
Recuerdo que reía a pleno pulmón durante el vuelo
por el cosquilleo que produce ese instante

Y que me parara quien pudiera
(es decir, nadie)
Que de todo eso, ya se encargaba el suelo
Y de qué manera

Pero esta cabecita blindada consigue meterse cosas
a base de sangre, cuchillo y taladro
La mayoría de las veces ya sólo se descalza para sentir mejor el mundo
Si ve un barranco, da media vuelta.
Y si no, se asoma un poco para re-afirmarse
y marcharse luego a casa
Sigue siendo adicta a ese puto cosquilleo
pero se lo dosifica 
como intenta hacer con todo lo que le vuelve loca

Porque no tengo término medio
Lo quiero todo hasta que digo basta
Te muerdo
Te desollo
y luego te ronroneo

(O al revés)

Pero hay una gran diferencia
Este gato no maúlla dos veces en una misma puerta
Ni va a arañarla agonizante
Ni va a esperar en el felpudo
A que decidas dejarlo entrar

Habiendo tanto mundo ahí fuera






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Indigestión de pasado




¿Oís eso?
 Son como voces claustrofóbicas rascando una puerta.
Las tiene dentro.
Le arañan con sus pequeñas garras afiladas las tripas, el alma y las vértebras.
Y él callado, traga saliva y aprieta bien fuerte los párpados para ver si se duermen.
O se asfixian.

A veces (sólo a veces) la gente calla y no es por falta de palabras
sino de práctica
Porque tal vez, un día 
olvidaron cómo hablar
Y les asusta el momento 
en el cual abran la boca 
y se disparen, 
desde lo más profundo de sus entrañas,
todos esos pensamientos polvorientos y afilados,
raspándoles la garganta y brotando por la boca
en forma de árboles, enredaderas, cactus, rayos y huracanes.
Vomitando pasado, presente y futuro.
Vaciando el pozo de alquitrán y formando plumas en sus preciosos omóplatos.
Provocando temporales y tormentas
(y miedo, mucho miedo)
Pero te das cuenta de que ya casi no pesas y que está dejando de dolerte la tripa.
Y te calmas.

Y es entonces, cuando a veces (sólo a veces)
esa gente se sienta desde su propia ventana,
a disfrutar del olor que queda después de la tormenta.
A balancear los pies congelados contemplando un cielo gris,
donde ya no hay ni relámpagos ni huracanes.
Donde ya se escuchan los primeros pájaros.
Que un día, también tuvieron que aprender a volar
Y lo hicieron para no morir

Como yo, escribiendo.

(Y cómo libera)

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Dulce introducción al caos

En medio de ese gran nido de plumas y grava, de disfraces, danzas y cacareos eufóricos, dos bocas hambrientas se lamían por los pasillos, chocando contra columnas, paredes, puertas y personas.

Salen. En busca de algo más de oxígeno y de cielo, de evasión del mundo y puede que algo de sí mismos.

Se dejan caer y hacer. Párpados cerrados. Se tocan. Componen algo que se mezcla con el ruido, cada vez más lejano, de lo que sea que suena ahí dentro. Hace tiempo que dejó de importarles. Se enreda. Todo se detiene un rato. Pero los demonios van y vienen, afilados, sin previo aviso y, como de una bofetada, los ojos se le abren de par en par. Oscuros. Turbios y translúcidos, como muros de cristal casi negro, protegiendo una batalla interna.
La mandíbula tensa retenía todo lo que llevaba siglos acumulando y que ya no podía vomitar porque hacía tiempo que había olvidado. (Eso, y otras muchas cosas) "En qué piensas", le pregunta (aún con los dedos en su occipital) mientras le observa atentamente, como si el océano tuviera un tapón y ella lo andara buscando. Como intentando tirar del hilito que sobresale de una gran bovina de nudos imposibles. Él la mira y sonríe, por lo absurdo de la pregunta. Le gustaba el riesgo Y volar y desaparecer y temblar Hasta que vuelven los demonios y le besan la mejilla Les cubren de pinchos y de hielo
Se suben al tren Y regresan a casa

Desde entonces,

ella no piensa en otra cosa que en aprender a leerle. Aunque sea en braille
en latín
Aunque realmente le asusten esos muros Y a riesgo de desangrarse en el intento.

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Buscando cielos que ardan



Cuentan por ahí que los ángeles, un día, también fueron malos.
Que andan por las calles perdidos, borrachos, drogados
Jugando y destrozando.
Siendo egoístas porque el mundo les asquea
Alimentándose de intensidad, de adrenalina,
de cualquier sustancia o momento que les queme,
que les hiele,
que les haga sentir algo.

Estos ángeles a veces crecen
Miran al pasado
Se lamen sus propias heridas y se crean armaduras
de vacío, de indiferencia
de piel muy suave y besable
Ríen con ironía y a veces se escapan del mundo ante su propio caos interno.

Y te miran, te atraviesan y te dan mil vueltas
Te agarran por la cintura y sin hablar te cuentan mil historias interminables
Mientras respiran en tu oído y te acarician la espalda
Cierran los ojos y sonríen cuando les tocas
Sin dejar de sangrar un sólo momento.

Los ángeles a veces caen al suelo con los ojos en blanco.
Convulsionan, escupen, te muerden los dedos y se quedan dormidos.
Despiertan
Te lamen y te follan mientras tú les gimes en la boca y les arañas las alas.

Luego se ausentan mientras te abrazan.
Se visten, te besan la frente
Se marchan.

Y piensas
En las fronteras entre el cielo y el infierno
En lo inmensamente precioso y aterrador que resulta
el simple hecho
de tener alas

Y no saber qué hacer con ellas

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Infravaloración ajena


Siéntate. Te hablo sólo para contarte que para mí, la vida y el paso del tiempo, son como golpes sin descanso en la espinilla con una vara de madera.
Y me parece cojonudo.
Así que haz el favor de quitarme esa cara de pena. Porque sonrío, porque sigo muy viva. Más que mucha gente.
Que sí, que de verdad, que estoy bien.
Que tendré el tórax lleno de hormigón y colillas, pero lo que late dentro es un puto fénix precioso. Que me apalizarás y me estremeceré, pero después podrás oír mis carcajadas mientras toso y escupo sangre. Que me apartaré el pelo de la cara y clavándote bien hondo los ojos, te ofreceré el otro lado de la mandíbula sonriendo y sin decirte nada más que GRACIAS, hijo de puta.
Que no pasa nada. Que luego la sangre se quita en la lavadora. Como la tierra, como la ceniza. Como el vino, como el semen.
Que la vida es un diez por ciento lo que te pasa y un noventa por ciento el cómo te lo tomas.
Así que permíteme que me ría de todo esto.
Que sí, que a veces estas puertas se transforman en muros. Y los muros, en cuchillas. Que me cuesta bastante creer en el mundo porque a penas confío en las personas y claro que escuece, pero no tiene por qué ser malo.
Que todo esto funciona así. A veces blanco y a veces negro. Una de cal y otra de arena.
Y te lo digo ti. Que me infravaloraste. Que alguna vez creíste que algo podría conmigo.
Hasta una patada en la boca tiene su moraleja.
Y déjalo ya. Que no. Que no voy a quebrarme. Que ya no me noto la espinilla.
Que me forjé ayer.
Como casi cada día de mi vida.
Que sólo hay una persona a la que tema en este mundo.
Se alimenta de intensidad. A bocanadas. Y está al otro lado del espejo.

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