Indigestión de pasado




¿Oís eso?
 Son como voces claustrofóbicas rascando una puerta.
Las tiene dentro.
Le arañan con sus pequeñas garras afiladas las tripas, el alma y las vértebras.
Y él callado, traga saliva y aprieta bien fuerte los párpados para ver si se duermen.
O se asfixian.

A veces (sólo a veces) la gente calla y no es por falta de palabras
sino de práctica
Porque tal vez, un día 
olvidaron cómo hablar
Y les asusta el momento 
en el cual abran la boca 
y se disparen, 
desde lo más profundo de sus entrañas,
todos esos pensamientos polvorientos y afilados,
raspándoles la garganta y brotando por la boca
en forma de árboles, enredaderas, cactus, rayos y huracanes.
Vomitando pasado, presente y futuro.
Vaciando el pozo de alquitrán y formando plumas en sus preciosos omóplatos.
Provocando temporales y tormentas
(y miedo, mucho miedo)
Pero te das cuenta de que ya casi no pesas y que está dejando de dolerte la tripa.
Y te calmas.

Y es entonces, cuando a veces (sólo a veces)
esa gente se sienta desde su propia ventana,
a disfrutar del olor que queda después de la tormenta.
A balancear los pies congelados contemplando un cielo gris,
donde ya no hay ni relámpagos ni huracanes.
Donde ya se escuchan los primeros pájaros.
Que un día, también tuvieron que aprender a volar
Y lo hicieron para no morir

Como yo, escribiendo.

(Y cómo libera)

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